martes, 9 de diciembre de 2008

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD TAMPOCO ESCAPA DE LA LITERATURA


Por la brevedad de la presente les adjunto un fragmento de una obra importante de la Literatura Universal:

(…)

En el preciso momento en que su mano se posaba en la cerradura, una voz extraña lo llamó por su nombre y le invitó a entrar. El obedeció.
Era su propia habitación. Acerca de esto no había la menor duda. Pero la estancia había sufrido una sorprendente transformación. Las paredes y el techo hallábanse de tal modo cubiertos de ramas y hojas, que parecía un perfecto boscaje, el cual por todas partes mostraba pequeños frutos que resplandecían. Las rizadas hojas de acebo, hiedra y muérdago reflejaban la luz. como si se hubieran esparcido multitud de pequeños espejos, y en la chimenea resplandecía una poderosa llamarada, alimentada por una cantidad de combustible desconocida en tiempo de Marley o de Scrooge y desde hacía muchos años y muchos inviernos. Amontonados sobre el suelo, formando una especie de trono, había pavos, gansos, piezas de caza, aves caseras, suculentos trozos de carne, cochinillos, largas salchichas, pasteles, barriles de ostras, encendidas castañas, sonrosadas manzanas, jugosas naranjas, brillantes peras y tazones llenos de ponche, que obscurecían la habitación con su delicioso vapor. Cómodamente sentado sobre este lecho se hallaba un alegre gigante de glorioso aspecto, que tenía una brillante antorcha de forma parecida al Cuerno de la Abundancia, y que la mantenía en alto para derramar su luz sobre Scrooge cuando éste llegó atisbando alrededor de la puerta.
-¡Entrad!- exclamó el Espectro-. ¡Entrad y conocedme mejor, hombre!
Scrooge penetró tímidamente e inclinó la cabeza ante el Espíritu. Ya no era el terco Scrooge que había sido, y aunque los ojos del Espíritu eran claros y benévolos, no le agradaba encontrarse con ellos.
-Soy el Espectro de la Navidad Presente -dijo el Espíritu-. ¡Miradme!
Scrooge le miró con todo respeto. Estaba vestido con una sencilla y larga túnica o manto verde, con vueltas de piel blanca. Esta vestidura colgaba sobre su figura con tal negligencia, que se veía el robusto pecho desnudo como si no se cuidara de mostrarlo ni de ocultarlo con ningún artificio. Sus pies, que se veían por debajo de los amplios pliegues de la vestidura, también estaban desnudos. y sobre la cabeza no llevaba otra cosa que una corona de acebo, sembrada de pedacitos de hielo. Sus negros rizos eran abundantes y sueltos, tan agradables como su rostro alegre, su mirada viva, su mano abierta, su armoniosa voz, su desenvoltura y su simpático aspecto. Ceñida a la cintura llevaba una antigua vaina de espada; pero en ella no había arma ninguna y la antigua vaina se hallaba mohosa.
(...)


CHARLES DICKENS
Cuentos de Navidad
"El segundo Espíritu"

Por: Fernando Moctezuma

lunes, 1 de diciembre de 2008

LAS CARAS DEL AMOR ESCONDIDAS TRAS LA POESÍA

Para el presente número no puedo dejar pasar otras caras del amor, que el humano ha visto a diario, en este tema permanente a la conciencia del hombre.
Por eso quiero rescatar esas diversas caras del amor en dos figuras: la primera de ellas es de un posible talento de la poesía y que me parece prudente sacar a la luz para que se conozca por lo menos una pizca de su creación.

En segundo término quiero hacer presente en este tema, a un español que es toda una autoridad en el tema y que desenvuelve varias facetas del amor en el enorme abanico de su creación poética.

Apreciables lectores dispongan sus sentidos y su atención a la expresión del amor en una de sus formas más completas: el arte poético.




Te quiero cuando duermo;
te quiero cuando sueño;
eres lo primero que quiero cuando despierto.
Te quiero cuando cierro los ojos y te veo,
y llevo mi mano hacia un lado y no te siento.
Te quiero cuando me sé tuyo y no me tienes;
te quiero cuando digo algo y no me entiendes;
te quiero cuando mientes.
Te quiero cuando me sientes y te siento,
te quiero, cuando te quiero.
Pero te quiero más cuando me besas
sin ver quien está de frente, a un lado o detrás;
cuando no te importa el lugar,
porque así me acabas de confirmar
que somos tu y yo y nadie más

OSWALDO AGUILAR (DIONISIO)
Te quiero solos


RIMA XVII
Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado...
¡Hoy creo en Dios!

RIMA XXX
Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquél día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

RIMA XXXIII
Es cuestión de palabras, y no obstante
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está.
¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!

RIMA XXXV
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso... ni lo pudiste sospechar.

RIMA XLI
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!

RIMA XLIV
Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.


- Y para cerrar otras dos facetas muy interesantes por parte del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer en términos del amor:

RIMA L
Lo que el salvaje que con torpe mano
hace de un tronco a su capricho un dios
y luego ante su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo.
Dimos formas reales a un fantasma,
de la mente ridícula invención,
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.

RIMA LVIII
¿Quieres que de ese néctar delicioso
no te amargue la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho y mañana
digámonos ¡adiós!

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
RIMAS

Por: Fernando Moctezuma